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viernes, 11 de diciembre de 2009

VIAJES EN EL TIEMPO

Todos tenemos conciencia del paso del tiempo; envejecemos y morimos, y no se puede "atrasar el reloj". Pero encontrarse repentinamente en el pasado o en el futuro constituye una experiencia desconcertante y asombrosamente común.
En nuestra vida en este planeta hace falta un acontecimiento importante para despertarnos de nuestro conformismo. Una zona poco analizada de nuestra experiencia es la del tiempo, ya que estamos condicionados desde la cuna hasta la tumba para aceptarlo según ciertas normas: las de la cronología de los relojes.

Desde la infancia, nos enseñan a medir los meses y los años. Se nos enseña a "saber la hora", lo cual significa el tiempo que mide el reloj más próximo. Aprendemos a interpretar el calendario: éste mes es septiembre, éste es mayo, cuándo empiezan y terminan las estaciones... Pero esta forma de medir el tiempo no es más que un práctico invento humano mediante el cual el hombre primitivo sabía ya cuándo debía alimentar al ganado, plantar las simientes o cosechar. El reloj y el calendario no son más que mecanismos que nos ayudan a ordenar nuestras vidas, a imponer una rutina en el caos. Pero la cronología puede no ser la única forma del tiempo; el cosmos produce, quizá, mecanismos temporales de naturaleza muy distinta.

Es posible que el conflicto entre este tiempo cósmico o universal y la cronología humana sea la causa de los extraordinarios, fenómenos denominados "lapsus temporales" o "saltos en el tiempo", en los que dos aspectos o dimensiones de éste parecen funcionar simultáneamente: el sujeto puede hallarse viviendo en el presente y en el pasado (o, en algunos casos, en el presente y en el futuro) al mismo tiempo. La experiencia suele ser, por lo menos, desconcertante, y a veces confusa y alarmante.

El retorno de los monjes
Un ejemplo sorprendente de lapsus temporal le ocurrió a la señora Turrell-Clarke, que vivía en Wisley-cum-Pyrford (Surrey, Inglaterra). La señora iba en bicicleta por una moderna carretera rumbo a la iglesia donde se celebraban las vísperas, cuando bruscamente la carretera se transformó en una senda campestre y le pareció que iba a pie. Vio venir hacia ella a un hombre vestido como los campesinos del siglo XIII, que se hizo a un lado para dejarla pasar. En ese momento le pareció que ella llevaba un hábito de monja.

Un mes más tarde, la misma señora estaba en su iglesia parroquial (había pertenecido a la abadía de Newark, y sobrevivido milagrosamente a la disolución de los monasterios) cantando con el coro que entonaba un canto llano. Pero a la mitad del cántico vio, atónita, cómo la iglesia "cambiaba" volviendo a su estado original -piso de tierra batida, altar de piedra, ventanas ojivales- y por el centro del edificio pasó una procesión de monjes con hábitos pardos que entonaban el mismo canto llano que cantaba el coro del siglo XX. En ese momento la señora Turrell-Clarke se dio cuenta de que formaba parte de un pequeño grupo que estaba en el fondo de la iglesia y apenas tomaba parte en las ceremonias.

Algunas veces, los saltos en el tiempo requieren un cierto tipo de contacto físico. El 29 de mayo de 1973 una maestra de Norwich, la señora Anne May, visitaba con su marido el conjunto arqueológico de Clava Cairns (Inverness, Escocia), que consta de tres losas sepulcrales de principios de la edad del Bronce, entre los años 1800 y 1500 a.C. El día era claro, soleado; los pájaros cantaban y la señora May anduvo primero alrededor de las toscas lápidas y después fue hacia el circulo de monolitos que las rodean. Finalmente, se apoyó sobre una de las losas y cerró los ojos un momento, intentando lo que los yoguis llaman "perder un segundo" (un momento totalmente en blanco). Cuando volvió a abrirlos vio a un grupo de hombres que llevaban túnicas peludas y pantalones constituidos por tiras de cuero cruzadas. Avanzaban lentamente, y parecían arrastrar uno de los grandes monolitos sobre el terreno. Notó, en particular, que llevaban cabellos oscuros y muy largos. Esta curiosa visión pudo haber durado más si no hubiese llegado un grupo de turistas. Inmediatamente, la señora May volvió al siglo XX.

Este es un ejemplo muy claro de lo que parece suceder en los saltos temporales. El sujeto estaba interesado por lo que le rodeaba, pero no concentrado en ello; el salto ocurrió en un lugar y un momento precisos -cuando su cuerpo tocó el monolito, y la transición del presente al pasado fue tan instantánea como su inversión.